Nos sentimos más vulnerables cuanto más inseguros somos o estamos de determinados aspectos importantes en nuestra vida, como el trabajo, o las relaciones personales…
Fuente: www.lawebdelasalud.com
Estamos acostumbrados a ciertos hábitos y rutinas, y todo aquello que necesitamos interpretar de nuevo para conseguir adaptarnos, es decir, cualquier cambio que suponga un plus de estrés, necesita de un esfuerzo añadido por nuestra parte para poder acomodarnos a la situación. Nos ayuda mucho el instinto y la intuición cuando algo desfavorable para nosotros se va a producir inminentemente. El ser capaces de anticiparlo nos ahorra tiempo y a veces, sufrimiento. Cuando nos han pasado cosas parecidas en el pasado, detectamos los problemas que se avecinan más fácilmente.
En un primer momento de impacto, aunque este haya sido esperado durante algún tiempo, tratamos en forma automática de darnos cuenta de la situación global y sentir lo que está pasando. No basta con reconocerlo cognitivamente, sino sentir la incomodidad o el daño. La interpretación subjetiva que nosotros demos a una determinada adversidad o contratiempo es definitiva a la hora de enfrentarla o resolverla.
Hay personas que genéticamente están predispuestas a ser más positivas, y también los hay que son menos optimistas. Por eso se dice que la personas que tienden a ver la botella medio llena, tienen ya algo ganado a priori por ser más resilientes, pues estas personas al contrario que los pesimistas, no incrementarán con pensamientos negativos el estrés o el infortunio.
No se trata de lanzarse sin más a la acción descontroladamente, sino reconocer nuestro papel dentro de esa situación, ver qué limitaciones y recursos sentimos que tenemos en esos momentos. Es por eso que el autoconocimiento juega un papel importante. El miedo en estos momentos juega un papel decisivo. Veremos más riesgo a no superar la adversidad, o de que se tambalee nuestra seguridad, cuando más temerosos nos sintamos y menos capaces nos creamos de llevar nosotros las riendas, pues la sensación de control es decisiva para resolver el conflicto que nos amenaza.
De forma automática e inconsciente, se producen ciertas conductas que tratan de protegernos en un primer momento de las adversidades y que nos hacen sentirnos más seguros, al menos provisionalmente. Son lo que llamamos “Mecanismos de Defensa Psicológicos”, como la represión, la negación o la racionalización. Dependerá de nuestra personalidad el que usemos unos u otros. Por eso a veces, tratamos de disfrazar la realidad, la ignoramos o la negamos, huimos, o tratamos de buscar explicaciones racionales y lógicas que nos hagan entender mejor todo a nivel cognitivo, para disminuir la incertidumbre que nos trae el estrés, lo que por otro lado, a veces nos hace entrar en un bucle rumiativo del problema.
Ante situaciones prolongadas de infortunio, que se escapan totalmente de nuestro control, el pensar inconscientemente “aquí no pasa nada”, y mirar para otro lado, puede servir en un principio, pero después, en vez de defendernos, nos hace hundirnos más, al no permitirnos buscar soluciones, sino adoptar una actitud más pasiva que no nos permite defendernos práctica y efectivamente.
Otra de las cosas que hacemos ante el estrés y ante situaciones difíciles, es lo que llamamos “hacerse el muerto”. Tratar de este modo de que pase la tormenta pretendiendo no ser vistos, para que no nos afecte. Este comportamiento es similar al del animal cazado que se tira en el suelo para intentar salir corriendo de su depredador en cuanto este se descuide. Curiosamente, ante desastres como incendios, naufragios, terremotos…, nos protegemos muchas veces comportándonos heroicamente para ayudar a otros. Esto nos libra en cierto modo de pensar en nuestra propia desgracia y nos reconforta al creer que estamos ayudando.
El compartir la experiencia traumatizante con otras personas y hablarlo, incluso exagerando la crueldad y magnitud del infortunio, nos ayuda sobremanera a sobrevolar los problemas. Ante los contratiempos, crisis y catástrofes, nos ayuda mucho el tener sentido del humor, el ser capaces de sacar la parte cómica del problema y reírnos incluso de nosotros mismos.
Es un ejercicio muy sano reír y hacer reír. Cuando nos reímos estimulamos nuestro lóbulo frontal izquierdo y nos hacemos más positivos y optimistas. Restamos carga negativa al problema, desdramatizamos y relativizamos, lo cual es muy saludable. Ayuda bastante a nuestra supervivencia, la capacidad innata que tenemos, una vez “capeado el temporal”, de olvidar las cosas malas y recordar solo las buenas. La mente se nos vacía de contenidos pues no podemos recordarlo todo, y solemos centrarnos más en los impactos emocionales positivos, que si en su momento han tenido además una fuerte carga emocional, nos beneficiarán indudablemente en nuestro futuro.
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